domingo, 30 de octubre de 2011

De la fagocitosis del innovador a los pisa brotes educativos

Algunas reflexiones sobre la comunidad educativa y los docentes que no pueden autosuperarse y, por consiguiente, desestiman y se encargan de desvalorizar, destruir y despretigiar al que lo intenta y propone mejores prácticas escolares. Como me siento identificado con ese docente que sigue luchando por mejorar la educación, contra viento y marea, y porque esa una de las cuestiones que más detesto de este sistema, transcribo una reflexion de un colega:

La fagocitosis del innovador

La micropolítica de las organizaciones escolares va configurando posiciones y relaciones de los diferentes miembros de la comunidad a lo largo del tiempo. No todos desempeñan el mismo papel.

Simplificando las cosas voy a referirme a un tipo de profesores y profesoras que llamaré tipo A. Son personas comprometidas con la institución, que buscan de forma permanente y esforzada su mejora. Otro tipo, al que llamaré B, no se preocupa excesivamente de mejorar las cosas. Son profesionales del cumplimiento: es decir, del cumplo y miento. Son mercenarios que se ocupan de poner la mano al final del mes, aunque no hayan puesto pasión en la tarea ni les haya importando un comino la suerte que corran sus alumnos/as. Obedecen a una ley: “pudiendo no hacer nada, ¿por qué motivo tengo que hacer algo?”.

Cuando un profesor tipo A, le propone a otro, tipo B, emprender un proyecto para la mejora de la institución, es probable que el B se sienta interpelado y vea puesta en evidencia su desgana y su desaliento. Por eso es fácil que reaccione no sumándose a la causa ni argumentando con rigor sobre la inutilidad de la propuesta sino destruyendo a quien la hace. Muerto el perro, se acabó la rabia. Es decir que, descalificando a quien quiere hacer algo, desmantela también lo que el innovador o innovadora deseaba hacer.

He descrito la friolera de 25 cuchillos que usan los B para matar a los A. Me referiré solamente a seis.

Uno de los cuchillos es el siguiente: “no hagas caso al A, que tiene problemas afectivos. No es que no que quiera estar mucho tiempo en el Colegio, es que no quiere ir a casa. Porque se está separando, porque no tiene hijos, porque vive solo…”. Es decir que, como es un tarado, hará propuestas que estarán también taradas.

Otro cuchillo es de la marca “¿qué es lo que vas a salir ganando?”. Como no ve motivos claros (lo van a pagar, lo van a certificar, va a servir para ascender…) le atribuye al A intenciones torcidas: “con tal de sobresalir es capaz de trabajar más, es un adulador de la dirección, es un trepa…”.

Un tercer cuchillo es de la armería del etiquetado. La puñalada consiste en colgar una etiqueta del cuello de quien hace la propuesta: ”no le hagas caso, es de Izquierda Unida, es de UGT es…”. El caso es que esa etiqueta tenga un efecto negativo.

Hay un cuchillo de doble filo que se identifica por la edad. Si quien hace la propuesta es un jovencito (si es una jovencita, la ironía suele ser mayor), el interpelado dice: “¿cuántos años tienes, hijo? Hace falta savia nueva…”. Me preocupa más el cuchillo que representa a la edad adulta. Cuando un veterano tipo A le propone a un joven, tipo B, embarcarse en un proyecto comprometido y el joven dice: “este señor no ha entendido nada, está muy verde, con la edad que tiene se diría que no ha madurado…”.

El quinto cuchillo se refiere a la ironía: “qué, dice el B, ¿te van a hacer un monumento?, ¿vas a heredar la escuela?, ¿te van a hacer un homenaje?, ¿te van a dar la tiza de oro (expresión muy utilizada en Argentina)?…”.

Y finalmente, haré alusión a la invocación de la experiencia con ánimo destructivo. “Eso ya lo intentamos el año pasado y no valió para nada. Bueno, peor que eso, desencadenó un conflicto tremendo. Mejor no hacer nada”.

Ya sé que estoy simplificando. Probablemente no haya personajes que se puedan catalogar de forma tan dicotómica. Quizá en una mañana una persona pueda pasar de A a B y de B a A tres veces. Por otra parte, están por las instituciones otros personajes: el C, el D, el E… Y siempre se plantea la pregunta: ¿quién nos sirve de modelo? El riesgo es responderse que el modelo es el B porque no está tarado, no es un joven iluso, no es de Izquierda Unida, no quiere que le hagan un monumento y ha aprendido de las experiencias anteriores… Si además el Director/a es un B´ y el inspector/a un B´´, el A lo tiene muy difícil.

Le pasa al A que no sólo no le felicitan por lo que hace ni le agradecen los esfuerzos. Le castigan de muchas formas por su compromiso. Le pasa al A lo que le pasó a aquel soldado del que cuentan que cavó una trinchera tan profunda, tan profunda, que le declararon desertor. De modo que la tentación del A es dejar de serlo. Así de claro, porque si deja de ser generoso y entusiasta será menos feliz.

Hay unos chalecos y pantalones que protegen contra las cuchilladas. Se fabrican con la profesionalidad entusiasta. Y, si alguna se recibe, los mejores docentes y los amigos tienen unas pócimas eficaces para la curación. Se elaboran con solidaridad y buen ejemplo.

José María Cabodevilla contaba que en una oficina de Correos un cartero vio una carta con una dirección sorprendente: San Antonio de Padua. El Cielo. Abren la carta y se encuentran con la petición de un parado que le pide a San Antonio la cantidad de 100 euros porque tiene un hijo enfermo y, con la crisis, no dispone de dinero. El cartero propone que ponga algo cada uno. Juntan 80 euros y se los mandan. Semanas después llega a la oficina de Correos otra carta con la misma dirección. La abren. Es aquel obrero que da a las gracias a San Antonio y le pide que, cuando mande otra vez dinero a sus devotos, no se le ocurra hacerlo a través de las oficinas de correos porque los muy ladrones le han robado veinte euros de los que él le mandó. Los carteros se han quedado sin dinero y se han ganado un insulto. Su tentación consiste en dejar de ser generosos.

He leído en la última novela de Katherine Pancol “Las ardillas de Central Park están tristes los lunes” (que da continuidad a “Los ojos amarillos de los cocodrilos” y “El vals lento de las tortugas”) este pensamiento sobrecogedor que ella sitúa en la Francia del siglo XII: “Dios creó a los profesores y Satán a los colegas”.

Creo que es bueno ser A y jubilarse de A. Porque se es más feliz. Algunos me preguntan, qué es lo que se puede hacer con los B. Siempre digo que hay que invitarles a la fiesta de los A. Porque los A lo pasan mejor. Y si no se dejan invitar siempre se puede hacer con ellos lo que decía Voltaire: “No hay mayor venganza sobre nuestros enemigos que la de que nos vean felices”.

Gracias a Miguel Ángel Santos Guerra por este excelente artículo con el cual me siento identificado (con el profe A, por supuesto).


Campaña contra la erradicación de los pisa brotes

El Universo y la estupidez son infinitos,
y de lo primero no estoy seguro. (Einstein)

Algunos no habrán dejado de notar que existe una estirpe difundida entre los humanos que se esmera sistemáticamente en la destrucción de cualquier sueño, idea o intención de renovación, cambio, mejora o práctica que podría llegar a evolucionar en felicidad.

Tengo la percepción a flor de piel y logro identificar cadáveres constantemente. Algunos seres con DNI no logran registrarlos… sea por incapacidad o por elección. Otros, tienen la retorcida acción de gozar con la descomposición de esas almas perecidas… aquellos intentos por despegar que no llegaron siguiera a veinte centímetros del suelo por una suela destructora que cae como plomo. Se trata esta de la actividad de los Pisa Brotes. Esos seres que, no importa lo que se intente… dirán siempre “no vas a poder, no vale la pena, no te gastes, no es para vos”.

Me pregunto qué motiva a soplar ceniza en los ojos abiertos de quienes, felices, quieren intentar algo diferente. ¿Por qué lo inusual genera una alarma y merece ser rechazado en primera instancia? ¿No es que tenemos el derecho a distinguirnos, no es acaso que la diferencia nos revaloriza? ¿Dónde está la apertura hacia lo distinto si la constante actitud de la mayoría radica en la aparición del índice rígido y el ceño fruncido ante lo novedoso, ante lo desconocido?


Sos un freak, sos un nerd, sos un geek, sos un raro…

Es triste saber que cuando se ve sonreír a alguien (que no tenga compañía y no esté leyendo un cómic) lo primero que se exclama es: -¿de qué se ríe ese idiota? (como si la risa constituyera un acto de enajenación, situación prohibida, acto repudiable). Me pregunto… ¿de qué se enoja el que mira incomprensible al que es feliz?

Los Pisa Brotes están en todas partes, seguramente quien repasa estas letras conozca a alguno. Si lo ve, trate de no ayudarlo acercándole algún tipo de podadora… sonría y recuerde que lo importante es aportar con comentarios positivos (para erradicarlos) recordando que todos, absolutamente todos tenemos la capacidad de cambiar, mejorar y resolver lo que se nos presenta en esta vida. Y si ya está poniendo algún “pero” ¡Atención! Revise que usted no se esté convirtiendo en uno de ellos… El autotest es infalible: recuerde cuándo fue la última vez que sonrió. Si esto le genera dificultad y sus axones no están respondiendo con velocidad… corrobore que su suela no esté demasiado usada…

La campaña por la erradicación de los Pisa Brotes insta a que avancemos sonrientes con ideas propias y ajenas, con la impronta de recrear, regenerar y adaptarnos para multiplicar las felicidades futuras. La campaña nos invita a apoyar a las almas que saben que se puede, a aquellos que aprendieron que sonreír es la cirugía plástica más convincente que tenemos y que a través de ella abrimos un mundo, aprendiendo que adaptarnos a los desafíos de cada día verdaderamente es un esfuerzo que vale la pena.

Gracias Verónica Giba

A todos los B y pisa brotes a los que les dirijo este post (saben bien quienes son, o por lo menos eso creo, aunque es triste darse cuenta de que muchos de ellos no sólo no se hacen cargo, sino se creen docente A) les quiero agradecer por hacerme recordar todo el tiempo que cuando hay ganas, entusiasmo y deseo de mejorar la educación, se puede: son nuestros alumnos quienes se encargan de hacérnoslo saber. No hay mayor satisfacción que ésta.